La procesión de la Purísima en un camino del Monte en su marcha desde el castillo.
HISTORIA
No se sabe gran cosa del origen de estas fiestas. Parece que a últimos del 600 ó principios del 700, las autoridades de Vinaroz pidieron auxilio a las de Yecla para rechazar los desembarcos de los piratas berberiscos. Yecla envió al capitán Zaplana con 80 hombres. No se sabe qué papel desempeñaron estos soldados. Sólo cuenta la tradición que, al año de la partida, volvió el capitán Zaplana el frente de sus 80 guerreros, sin que ni la enfermedad, ni el arma enemiga hubieran hecho una sola baja entre sus hombres.
Para celebrar este regreso tan afortunado, los soldados subieron al santuario del Castillo, erigido en la cumbre del cerro que cobija al pueblo, y bajaron en triunfo, descargando al aire sus arcabuces, a la patrona del pueblo, que es la Purísima Concepción. Esto aconoteció la víspera de su advocación.
Desde entonces, todos los años, el día 7 de diciembre, bajan la imagen a la parroquia basílica del pueblo, entre alegres descargas, y lo mismo en la solemne procesión que al volverla a subir a su santuario, las aclamaciones y las descargass, no cesan un momento. Esto es lo poco que se sabe del origen de estos fiestas.
La imagen de la Purísima, patrona de Yecla.
EL COLOR
En casi todos los pueblos que rodean a Yecla se celebran fiestas de moros y cristianos. Al principio, la lucha, el desfile, los heroicos romances que los capitanes de uno y otro bando se lanzaban, quedaba entre esos dos clásicos y nacionalísimos partidos; luego la fantasía fué escociendo entre esos grupos otras comparsas pintorescamente vestidas, anocrónicamente absurdas. Así surgieron las comparsas de estudiantes, de contrabandistas valientes, de tercios flamencos, de indios... y qué sé yo cuántas más. Esta diversidad de indumentaria trajo consigo una algarabía de color. El desfile de esas comparsas de los puebles vecinos es algo alegre, pintoresco, acompasado por el estruendo de las bandas de música que cada comparsa lleva. En Yecla no hay moros, ni cristianos, ni bandidos andaluces, ni estudiantinas, ni pieles rojas. No hay más color que el negro, ni más brillo que el del sol sobre el cañón de un arcabuz o el del fogonazo en un cristal. En Yecla...
«LOS TÍOS DE LAS PUNCHAS»
El día antes de bajar a la Patrona de su santuario, y como al filo de la media tarde, el forastero curioso que deambule por las anchas calles del pueblo, se verá sorprendido por un alegre son de tambores y por dos figuras extrañamente vestidas y armadas. Verá dos hombres de frac, tocados cor sendos bicornios negros de largas puntas, que sostienen en las diestras agudas y anacrónicas alabardas. La misión de los tamborileros y la de estos hombres frac y alabarda es anunciar las fiestas al pueblo y a los mayordomos anteriores, cuyas casas visitan especialmente, y donde son obsequiados con pastas y licores.
A estos alabarderos se les conoce con el nornbre de tíos de las punchas.
Los «tíos de las panchas», con los tamborileros que anuncian las fiestas al pueblo.
«LA ALBORÁ»
A los tres de la madrugada, como es vispera de fiesta, los auroros cantan sus lentas canciones por las calles.
La misa de alba de este día es la más concurrida del año. Y al finalizar estar misa es cuando mayordomos y soldados suben al castillo con acompañamiento de clero, autoridades, devotos y madrugadores.
Los mayordomos y la «soldadesca» visten todos de la misma forma que los tíos de las punchas, entre los cuales caminan ahora los pajes -niñas con trajes de fantasía- y un niño que suele lucir un atavío militar.
Pero antes de la misa, antes de esta ascensión hacia al santuario, la soldadesca, en plena noche, dispara sus arcabuces frente a la iglesia Nueva y recorre luego las principales calles. Después, formados en dos filas indias, suben a buscar a la Virgen.
Un «tiraor», con su cargador y ayudante, de los que acompañan con sus fogoneros la vuelta de lo Virgen o su santuario.
PROCESIÓN
Ya la Patrona en el pueblo, vienen las misas solemnes, los sermones predicados por famosos oradores, las salves, el órgano, el incienso y hasta algún certamen literario. La iglesia se ilumina profusamente por dentro y por fuera, y el pueblo entero llena el templo con sus cánticos, con su fe, con su hondo fervor.
Durante los ocho días que la Patrona perrnanece en la ciudad, todos los yeclanos van, por lo menos, una vez al día a rezar a su virgen.
La procesión del día 8 se organiza con la soldasdesca, los tamborileros, alabarderos, pajes, mayordomos y clavarios, amén del clero, las autoridades y las músicas.
A un mayordomo corresponde el bastón o vara de mando que lleva el paje vestido de militar, ya que el mayordomo ha de ir disparando sus arcabuces constantemente. A otro corresponde la bandera y el pomo , una larga pértiga revestida de azul y con un remate de florecillas artificiales.
Durante todo el recorrido, van los arcabuceros disparando.
El momento cumbre de esta procesión es la entrada de la Virgen en la iglesia. El fuego se hace más nutrido y el abanderado juega la bandera sin cesar. Cuando la Virgen aparece en la puerta de la iglesia, los vivas atruenan el espacio. Todo el amor y la fe del pueblo por su Virgen estalla en aclamaciones y se vierte en lágrimas de emoción.
Un mayordomo con el paje y la vara
LA SUBIDA
Pero lo más típico, la verdadera fiesta, donde hay luz, color, alegría, es en esta tarde en que la Patrona vuelve a su santuario, lleno de ex votos.
El cerro del Castillo, lleno de pinos y chalets fantásticos, de casitas humildes y trogloditicas cuevas, se llena materialmente de público. Cada rellano del monte, cada puerta de casa, cada terraza de chalet, cada peña, cada veredita es un grupo pintoresco de damitas endomingadas, de mocitos decidores, de ancianas devotas que esperan ver pasar a la Virgen. El turrón, las peladillas, los licores, los vinos generosos, van de mano en boca, excitando la charla, provocando el piropo y la aclamación.
Apenas el cielo se oscurece, de todas partes, al paso de la Virgen, surgen bengalas, saltan cohetes, florecen los vivas entusiastas.
Los anchos fogonazos de los disparos ponen sus rojos guiones entre los vítores, y va el humo pintando sus fantasmagorías sobre las crestas de las peñas.
Sobre sus andas, la Purísima, conducida en hombros por los cofrades, va ascendiendo lentamente. Se quibra sobre el oro de su corona, sobre la pedrería y los bordados, las luces de bengala y los fogonazos. La fe del vocerío parece que la empuja. Y cuando al final del zigzagueante sendero se detiene un punto antes de penetrar en la ermita, parece que van a reventar los arcabuces y las gargantas.
—¡Vivaaa!
—iViva la Patrona de Yecla!
—iVivaaal...
En el cielo, todas las estrellos están quietecitas, admirando.
El mayordomo de la bandera, con los pajes y el «pomo».
F I N
Luego, tras la preparación de entusiasmo, con la fuerza adquirida por las frecuentes libaciones, el gentío se desbanda, monte abajo, y sigue la bulla, la alegría, el entusiasmo bajo la noche que sonríe bondadosamente.
F. MARTINEZ CORBALAN
(Fotos Ripoll)